Bien lo canta Peter Doherty, "laughing at the misfortune of others".
Esta entrada va más a forma de relato, particularmente hoy me encuentro segura de que lo que pienso es estable y no me desvía al abismo de la crisis.
El transporte público es algo que disfruto porque la mayoría de la veces el trayecto resulta algo largo y me encuentro en compañía, most of those times, de ninguna otra cosa que mis pensamientos y hoy andaba pensado en algo que pasara, que pasó y qué hubiera pasado, también lo que casi pasa o no pasó.
Y este relato, caso de la vida REAl va de las de así:
Era, pues era un día de 2014. Entraba el otoño y todavía no tenía escuela, bueno, no la que yo quería.
Fácil llevaba un mes completito chillando, la parentela sentía culpa eso lo sé muy bien, la hermana mayor acababa de entrar a la universidad y yo cada mañana despertaba de golpe. Miraba el cuarto con una extrañeza enorme, lo odiaba. Y acto seguido sentía el cambio de los músculos faciales a una cara de desesperación absoluta.
Había días en que me levantaba nomás a llorar, a gritar, arrojar uno que otro vaso de la cocina al piso y a mirar con tanto odio ese fender jaguar que le saqué a los jefes en una de esas, de culpa.
Y ya tenía como un año de que me había obsesionado con ese morrito el Jake Bugg, con el que se me iba la vida. O sea, cuando lo reflexiono sí estoy segura de que obviamente me buscaba y me provocaba parte de ese dolor, pero hay cosas a las que no le encuentro raíz en la cultura pop.
Así que me veía arrinconada por esas cosas y lo cómodo que resultaba soltar tres litros de lágrimas al día.
Y ese día en particular había escuchando una entrevista del Jake Bugg, mencionaba que no podría jamás hacer un cover de su rolita fav del mundo entero, esa que le cambió la vida porque perdería esa esencia que lo hizo sentir que tal manera. Total que era Vincent de Don McLean. Este cantautor le gustaba a mi hermana así que topaba la onda pero no la rola.
En tanto que hacer y nada que hacía, la escuché, y cuando hubo terminado la escuché de nuevo y luego una tercera. Vincent, as in, Vincent Van Gogh, tenía sentido.
Después me callé la mente porque no entendía nada. NADA. Llené la bañera del cuarto de la parentela y me senté ahí unas dos horas, o menos, o más.
Pasadas las siete de la noche la puerta principal se abría y la primogénita entró, con esto de la escuela apenas tenía tiempo de pensar, y yo sentía que no la había visto en años.
Cenó y agotada, apenas con los ojos abiertos se sentó en el sillón de la sala, viendo pero no viendo la televisión.
Recuerdo que desde que yo "callé mi mente" esa mañana, no recordaba haber hablado más, aunque sea para mí. Entré a la habitación, no dije nada, ella tampoco.
Me senté al extremo, luego me hice más para allá, y luego recosté mi cabeza en su pierna izquierda.
La primera lágrima salió, y luego ese sonido de cuando te sorbes los mocos. Puso su mano en mi cabeza.
"Esa canción es muy triste, Danny. Esa, la de Don McLean... la que va así de there was no hope left in sight on that starry starry night (no hubo esperanza a la vista en esa noche estrellada), Vincent se llama."
"Ya sé Puppy, ya sé." Respondió mientras enredaba su mano en mis cabellos.
Next morning, de esas en la que me levantaba a arrojar los vasos de la cocina al piso, encontré las cartas a Theo afuera de mi puerta.
"Ay Ximenita, pero si este no es un concurso de dramas... ¿o sí?"
Me nomino.
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